Miles de personas acuden al funeral del opositor ruso Alexéi Navalni vigilados por un gran despliegue policial | Internacional

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El funeral en Moscú del opositor ruso Alexéi Navalni, que murió el 16 de febrero a los 47 años en una cárcel del círculo polar ártico, se ha convertido este viernes en una masiva manifestación de tristeza y repulsa contra el Kremlin pese al estricto control de las fuerzas de seguridad. Las autoridades pretendían un funeral secreto y amenazaron a la madre del disidente, Liudmila Navalnaya, con enterrarlo en el patio de la prisión si no aceptaba. No le entregaron el cuerpo hasta ocho días después de un fallecimiento aún no aclarado ―en el certificado oficial se habla de una “muerte natural”―. Miles de personas han desafiado esos férreos controles al acudir a la iglesia Utolí Mayá Pechali (Apaga Mis Dolores, en ruso), en el barrio de Márino, en el sureste de Moscú, y hacer cola para asistir a la ceremonia, pese al temor a que se produjeran detenciones.

El acto ha sido estrechamente vigilado por la policía, con agentes antidisturbios patrullando incluso a tres paradas de metro del lugar. Una vez allí, el acceso a la iglesia estaba cercado con varias hileras de vallas y controles de metales, además del despliegue de decenas de agentes del Ministerio del Interior y la Guardia Nacional, así como otros miembros de los servicios de seguridad infiltrados entre los asistentes. Aunque la ceremonia transcurrió sin apenas incidentes, se registraron alrededor de un centenar de detenciones en al menos 19 ciudades del país, según OVD-Info.

“Una falta de respeto absoluta”

Decenas de personas pudieron acceder al interior de la iglesia. Liudmila Navalnaya, de 69 años, permaneció sentada con una vela en las manos y la mirada sobre el rostro de su hijo, en el ataúd abierto. Solo ella y unos pocos allegados más pudieron acercarse al féretro. Las autoridades no permitieron que nadie más lo hiciera. En cuanto la madre se despidió del hijo, varios operarios se llevaron el féretro entre gritos de indignación de los asistentes. “Esto es satanismo, es inmoral, en nuestra cultura es una falta de respeto absoluta hacia el fallecido”, clamaba una mujer.

Fuera de la iglesia, Maxim, un hombre de 37 años que había acudido junto con otros dos amigos a despedirse del disidente, se lamentaba durante las horas de espera: “No hay esperanza, es imposible hacer oposición dentro de Rusia. Navalni está muerto y sus colegas detenidos”, agregó este moscovita, al que la repentina muerte del disidente en una remota prisión del Ártico pilló por sorpresa. “Pero aun así, era previsible”, consideró.

Los tres amigos fueron parcos al rememorar cómo recibieron el 16 de febrero la noticia de la muerte de Navalni. “Terrorífico”, decía Maxim. “Muy triste”, manifestaba, por su parte, Ígor. “Sin palabras”, apuntaba al final Denís, de 37 años. Ya habían acudido a los homenajes espontáneos donde los rusos depositaron flores en honor a Navalni en los monumentos a las víctimas de la represión política tras hacerse público su fallecimiento.

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“Tenemos miedo a ser arrestados, por supuesto”, aseguró Denís. “Mira cuánta policía”, señaló antes de contar la tensión que vivieron en los homenajes anteriores. “A mí no me pasó nada, pero a una chica que estaba detrás en la cola la arrestaron. Y no había hecho nada”, recordó.

La esposa del disidente, Yulia Navalnaya, alertó el pasado miércoles de que las autoridades rusas podrían cargar contra los asistentes a la ceremonia. Durante una intervención en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, en la que se mostró visiblemente emocionada, advirtió: “No estoy segura de si dejarán que sea algo pacífico o si la policía arrestará a los que vayan a despedirse de mi marido”. Navalnaya, que se encuentra fuera de Rusia, al igual que sus dos hijos, se despidió de su esposo en la red social X, antes Twitter, con un mensaje que, entre otras frases, decía: “Liosha, gracias por 26 años de absoluta felicidad. Sí, incluso los últimos tres años han sido de felicidad. Por amor, por apoyarme siempre, por hacerme reír incluso desde la cárcel, por el hecho de que siempre pensaras en mí”.

Una voluntaria del equipo de Navalni, Nadezhda, acudió a las puertas de la iglesia con un enorme ramo de flores. “Me marcharé de Rusia en el próximo medio año. Tras las elecciones será peor [este mes se celebran presidenciales]. No hay esperanza alguna”, expresaba en un susurro. “Yo conocía a Alexéi, a Yulia, la esposa, desde hace muchos años. Su muerte ha sido un shock”, decía Nadezhda con los ojos en lágrimas.

La desolación era visible en las palabras de la activista. “Alexéi intentó cambiar las cosas dentro de Rusia siguiendo la ley, de forma pacífica. No quiero decirlo, no… Me aterra pensarlo, pero solo veo que puede ser posible un cambio dentro del país mediante las armas”. “Estos bandidos no dan más opción, no permiten una oposición pacífica”, sostenía la voluntaria.

El entorno de Navalni ha acusado al presidente Vladímir Putin de estar detrás de la muerte del disidente, que había sobrevivido a varios ataques, como un envenenamiento con el agente nervioso Novichok en 2020 (atribuido a los servicios secretos rusos) que le dejó a las puertas de la muerte. Tras recuperarse en Alemania, decidió regresar a Rusia pese al riesgo de ser encarcelado, como así ocurrió. Navalni cumplía condenas por una treintena de años tras ser acusado de “apoyar al extremismo”. La organización que dirigía, la Fundación contra la Corrupción, fue declarada “agente extranjero”.

El círculo del disidente también ha afirmado que el Kremlin supuestamente negociaba canjearle por un sicario del espionaje ruso encarcelado en Alemania. El Kremlin ha negado la implicación del Estado en su muerte y ha dicho que desconocía cualquier acuerdo para liberar a Navalni.

Yelena, de 53 años, con cuatro rosas en la mano —un número par de flores es tradicional en los funerales rusos—, afirmó en las inmediaciones del funeral: “Siempre tuvimos la sensación de que Navalni se podía salvar. El equipo de la Fundación contra la Corrupción hacía todo lo posible y creímos que lo podían intercambiar. El Kremlin lo ha matado con sus propias manos”, sostenía. “No sé si lo ha asesinado lenta o directamente, pero [el Kremlin] es responsable”, sentenció.

Yelena venía de “un viaje de día y medio” a Moscú desde su pequeño pueblo de la región de los Urales para despedir a Navalni. La acompañaba Victoria, de 52 años. “Un día habrá una gran revuelta y llegará un futuro mejor, ilusionante, pero ahora solo hay oscuridad, represión, terror. Es muy duro, moralmente”, manifestó Victoria, también de fuera de Moscú. “Mucha gente no ha venido por miedo”, señaló Yelena. “Y la gente no sabía que el funeral era hoy en esta iglesia”.

Tras oficiar la ceremonia según el rito ortodoxo, el féretro fue introducido en un furgón y trasladado al cementerio de Borísov, en el mismo barrio de Márino donde vivía el activista antes de ser envenenado con Novichok. A las decenas de personas que pudieron acceder a la iglesia se unieron otros miles de seguidores que aguardaban fuera para recorrer el kilómetro de distancia que separa la iglesia del cementerio. En el entierro se escucharon de fondo My Way, de Frank Sinatra, y la banda sonora de Terminator 2. Bien entrada la noche, largas colas seguían recorriendo el cementerio hasta la tumba de Navalni.

Entre el aproximadamente centenar de detenidos en todo el país, dos políticos opositores fueron arrestados por separado en el metro de la capital cuando se marchaban del entierro. Mijaíl Shneider, exvicepresidente del partido PARNAS, liquidado el año pasado por el Kremlin; y Andréi Morev, vicepresidente de la rama moscovita de Yábloko, formación aún en activo dentro del país. Ambos informaron de sus arrestos, pero no especificaron los motivos.

Navalni había condenado la decisión de Putin de atacar Ucrania como una empresa descabellada construida sobre mentiras. La iglesia que ha acogido su funeral ha hecho donaciones al ejército ruso y ha anunciado con entusiasmo su apoyo a la guerra, según informó la agencia Reuters. Una situación paradójica ante la inmensa mayoría pacifista que se acercó este viernes a despedir a Navalni. “Solo nos quedan los aplausos”, suspiró una mujer cuando el féretro del disidente recibió la ovación de sus seguidores, hoy huérfanos de un líder dentro de Rusia.

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